Por esto la traemos a colación, ya que bien puede servirnos para pensar lo que le sucede a esos sujetos que han sufrido una pérdida, y el mundo se ha venido debajo de un modo irremediable.
Es habitual en el proceso de duelo que el sujeto pierda interés por el mundo y actividades que normalmente efectuaba e incluso disfrutaba. Así, es esperado y necesario, un tiempo para la elaboración de una pérdida. Por eso el duelo no es considerado como un proceso patológico, sino como un trabajo por el cual el sujeto atraviesa. Un trabajo en el que todo el afecto, la energía y expectativas puestas en el objeto (persona, ideal, etc.) que ya no está, pueda volver a ser redirigido a algo nuevo.
A diferencia del duelo, hay otro proceso denominado melancolía, que conlleva consecuencias y un padecimiento algo más complejo, sobretodo, por los resultados en los que puede terminar.
En la melancolía, parafraseando a Freud, “la sombra del objeto perdido ha caído sobre el yo”. Penélope, por más que tenga a su amado al frente, no puede reconocerlo. Sabe, o cree saber, lo que perdió pero no lo que perdió de él. Su fantasía la ha cegado sobre la pérdida del objeto.
Esto puede generar un sufrimiento muy difícil de transitar para el sujeto, ya que no sabe sobre a qué se debe, sólo que es un malestar general que repercute en su vida, su trabajo, sus lazos, etc. A estos síntomas puede sumarse el insomnio, la falta de apetito e incluso el deseo por vivir que el sujeto melancólico padece.
Un espacio de análisis y la relación con un analista puede servir para contener al sujeto que sufre, para alojar su padecimiento y construir un saber sobre aquello que ha perdido y, que por más que se ignore, produce efectos y obstaculiza su vida.